El coro y el animador del canto litúrgico

Entre las distintas formas de evangelización que hay en la Iglesia una de ellas, con frecuencia poco valorada, es la de la evangelización a través de la música, y especialmente de la música litúrgica. En nuestras celebraciones merecen una atención especial todos aquellos que de algún modo prestan el precioso servicio del canto y de la música, quizá tanto como el de quien sirve a la Palabra celebrada puesto que forman parte de la tradición de la Iglesia. Ya desde el Antiguo Testamento encontramos una invitación a dirigirnos a Dios con cantos: «Cantad a Dios, cantad» (Sal. 47,6). No sabemos cómo dirigirnos a Dios y por eso le invocamos con himnos y cánticos inspirados. Toda la asamblea, toda la comunidad, es la que canta los salmos “con una sola voz”. La Iglesia primitiva oró con los salmos (el cantoral de la Biblia) y los cantó como himnos de Cristo. Es muy sugerente en este sentido la expresión que utiliza J. Ratzinger de que Cristo, mediador entre Dios y el hombre, «se convierte en director de coro que nos enseña el canto nuevo, que da a la Iglesia el tono y le enseña el modo de alabar a Dios correctamente y de unirse a la liturgia celestial» (Un canto nuevo para el Señor, p. 116). Por tanto, celebrar lleva consigo inseparablemente la acción de cantar. Cantores, coro, salmista, director, organista e instrumentistas, asamblea toda, desarrollan, cada uno por su parte, un papel nunca suficientemente valorado. Música y canto no son elementos accesorios ni satisfacción estética de quien los escucha, sino que pertenecen al Pueblo de Dios orante siendo en sí mismos un medio de implicación y participación formidables.

El cantor y el coro

Por todo lo dicho podemos afirmar que el cantor y el coro tienen una función pedagógica dentro de la asamblea. No son artistas invitados sino parte de la comunidad orante que ejercita su ministerio evangelizador apoyando y sosteniendo el canto de la asamblea ayudándola a respetar los ritmos y el movimiento de las distintas partes del canto. Pero además, les compete una función más estrictamente musical que confiere a la celebración un tono más festivo y solemne ejecutando con sensibilidad musical y litúrgica, dentro del “sensus Eclessiae” (sentir de la Iglesia), los cantos que a modo de oración dirige la asamblea a su Señor. Es por eso que el coro y el cantor deben ensayar con antelación para darle el sentido musical y litúrgico que requiere cada canto; no para ser protagonistas de la celebración, sino para ayudar a la asamblea a orar con mayor dignidad y belleza en sus celebraciones.

Precisamente por eso el coro no debe estar separado del resto de la asamblea, en los coros altos de las iglesias, sino unido al Pueblo, mezclado con él. Su separación convierte a la asamblea en espectadora pasiva de lo que allí ocurre (lo habitual de un concierto).

El animador del canto litúrgico

Ahora bien, para que el coro cumpla su función necesita, como todo grupo humano, un animador, un director. Ésta es la persona, capacitada musical y litúrgicamente, que dirige y aglutina la función del coro y de la asamblea. Es el que sabe escoger cantos adecuados, los ensaya, coordina los diversos momentos musicales, anima a la asamblea a cantar y, en sintonía con el presidente, da el justo ritmo a la celebración, equilibrando los espacios dedicados a la Palabra, a la gestualidad, a la música y al silencio. Desgraciadamente, porque tenemos pocos animadores del canto litúrgico en nuestras asambleas, con frecuencia encontramos coros (casi siempre juveniles) dispuestos a “animar las celebraciones” pero, por su falta de formación y porque nadie cualificado les dirige, cantan sin tener en cuenta la propia estructura y significado de la celebración, interrumpiendo de vez en cuando la celebración para introducir un canto cualquiera, el que les gusta en ese momento o el que creen más adecuado, lo que, evidentemente, no ayuda a la asamblea a expresar lo que está viviendo en cada momento y a convertirlo en oración.

Igual que decimos que un coro no tiene que ser profesional, pues todos estamos invitados a cantar aunque no tengamos ni buenas voces ni excesivo sentido y formación musical, el animador del canto sí debería ser una persona capacitada profesionalmente y con competencia en el campo litúrgico. Pero también pedagógico ya que su papel es decisivo en los espacios de ensayo del canto. Una de sus funciones es persuadir a la asamblea a prepararse al canto de modo eficaz y agradable como para suscitar la actitud orante de la celebración. Durante la celebración estará atento a no monopolizar la atención. Será expresivo, medido, y no espectacular. Indicará el inicio de las intervenciones del coro, de los solistas y de la asamblea, y marcará el tiempo en los acentos fuertes, evitando gestos inútiles que acaparen la atención.